viernes, 6 de noviembre de 2015

SINGULARIDAD Y PARADOJA


Los antiguos poetas conocían la paradoja. Sus versos los delatan. Definiendo al amor, Francisco de Quevedo y Villegas (1580) escribiría “es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, un andar solitario entre la gente…

Francesco Petrarca (1304), versaría: “paz no encuentro ni puedo hacer la guerra, y ardo; y soy hielo y temo y todo aplazo, y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra; y nada aprieto y todo el mundo abrazo.

Cual noble atributo a lo holístico, los poetas perciben el doble de la vida. Es esta singularidad cercana a lo místico, que el ciudadano moderno olvidó. La percepción de la cara y el sello como paradoja complementaria cedió su espacio al mito del pensamiento unipolar. Ilusión tardía de creer que el calor existe separado del frio, que la muerte no es parte de la vida.

Los opuestos no son contrarios, son complementarios y no existen aislados.
Circunstancial, Joaquín Sabina acicala las letras de sus canciones con metáforas plenas de contrasentidos: “cansado de los besos que no me dabas, tenía un botón sin ojal, era una esposa soltera, no quedan islas para naufragar, mañana cuando era tan pequeño.”
Zenón (siglo V a.C) nos legó la paradoja como falsas premisas. La imposibilidad de resolverlas alimentaría las matemáticas.

Concibo la paradoja como la espiral de movimiento continuo, la vida misma, o como Jalal al Din Rumi (1207) preconizaba: “el movimiento de todo en el universo”.
Singularidad de los opuestos, contradictorios de sentido. Arcano de la poesía. La vida, hielo abrasador, muerte y vida seudónimos del movimiento de inmortalidad.

Montúfar, C. E.
Imágen: Montezuma en Montañita. Nov 2015. 

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